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La Bruja de Mogua una leyenda que todavía se vive en Nemocón

Por: Lina Yineth Pérez Grande

Varias veces había escuchado aquella historia de la bruja de Mogua y siempre consideré que una historia tan extraña solo podía ser parte de la imaginación maliciosa de alguien, y que como les pasa a todas esas historias pasaría de moda en algún momento; ahora me recuerdo con ingenuidad en ese momento en el que desconocía tantas cosas que en mi propio municipio ocurrían todos los días.

He vivido en Nemocón toda mi vida, mi niñez transcurrió sin muchos altercados, siempre una persona responsable y aplicada, no le daba muchos problemas a mi madre, sin embargo, los problemas empezaron a surgir cuando a mis amigos y a mí nos dieron permiso de recorrer el pueblo en bicicleta.

Mi grupo, de 4 amigos, Sara, Daniel, Felipe y yo, cuando salíamos del colegio recorríamos todas las calles y carreras del pueblo en busca de aventuras, molestando a los vecinos, comprando dulces en todas las tiendas, jugando maquinitas en la esquina y curioseando lugares que nos parecían misteriosos, como los tanques donde antes se almacenaba el agua sal, por el lado de salinas.

Éramos jóvenes y habíamos decidido armar un club de búsqueda de fantasmas, siendo esta un ideal que compartíamos todos y por lo que nos habíamos hecho amigos, decidimos que era iríamos más allá de solo leer esas historias y que era necesario empezar a vivirlas.

Empezamos a recorrer todos los lugares aledaños al centro, subimos al mirador de la virgen, al parque de las 7 leyendas y a la estación del tren, pero nada era lo suficientemente asombroso.

Paulatinamente, nos fuimos aburriendo de ver siempre los mismos lugres del centro, cuestión que un día Felipe nos propuso empezar con las veredas, todos accedimos, pues no sabíamos lo que nos esperaba en una en particular.

Visitamos El Perico, Susatá, La puerta y Oratorio sin muchas aventuras que contar, más que haber sido perseguidos por perros de vez en cuando; estábamos aburridos de ver únicamente fincas con ganado o empresas floricultoras.

Luego de haber tenido tan malos resultados en nuestra búsqueda de aventuras, hicimos un comité para revisar que opciones todavía teníamos, entre ellas la más cercana a nuestras posibilidades era la vereda de Mogua.

Cuando esta opción se puso sobre la mesa, Sara hizo un gesto de miedo que no pasó desapercibo, pero que al preguntarle evadió tajantemente, para mí que la conocía de hace más tiempo, me sorprendió saber que había algo allí que la incomodaba, pues ella de entre todos nosotros, era la más valiente.

Dejamos la opción de ir a Mogua, pero no tomamos ninguna decisión, Sara muy temerosa se fue para su casa y yo la seguí para hablar.

Luego de compartir una almojábana, le pregunte que pasaba y ella, con mucha ansiedad, me preguntó: ¿No has escuchado la historia de la Bruja de Mogua?

Asentí, porque todos los Nemoconenses en algún punto de su vida habían conocido la historia de la mujer que, al pactar con el diablo en la media noche del Viernes Santo, había adquirido poderes con los que, entre otras cosas, podía matar a las personas enfermándolas.

  • ¿Pero qué tiene que ver esa historia contigo?
  • Cuando yo vivía en Mogua, una vez me acerqué a esa casa y la vi cuando mataba un gato negro para un ritual, yo creo que, si es bruja y que, si pasamos por allá, nos va a matar a todos.

Yo, ignorante de las implicaciones reales de lo que se trata la brujería, trate de calmarla diciéndole que era posible que esa señora ya estuviera muerta, independientemente de que tuviera pacto con el diablo, no creía que fuera inmortal. Ese comentario hizo su trabajo y le quito a Sara parte de su miedo a nuestra expedición y decidió ir a la que sería nuestra última aventura.

Decidimos ir un sábado para tener más tiempo para explorar, estuvimos recorriendo los caminos hasta que vimos una casa en ruinas con un aspecto tétrico, entramos para ver qué cosas antiguas había allí.

En una de las habitaciones había un montón de objetos extraños y libros viejos esparcidos por el suelo, cubiertos de polvo y telarañas. La luz que se filtraba a través de las ventanas rotas apenas iluminaba el interior, creando sombras que danzaban con cada movimiento nuestro.

De repente, escuchamos un ruido sordo proveniente del sótano. Al principio, dudamos en investigar, pero nuestra curiosidad y el espíritu aventurero que nos había llevado hasta allí nos impulsaron a descender las viejas escaleras de madera. Lo que encontramos en el sótano nos sorprendió: un pequeño altar con velas negras aún humeantes y un libro abierto en una página que describía rituales antiguos, a su lado fotos de todos nosotros con los ojos marcados con cruces.

De repente, una figura sombría emergió de las sombras. Era ella, la bruja de Mogua, cuya presencia parecía tan viva y tangible como nuestros propios miedos. Sus ojos, inyectados en sangre, nos miraron fijamente, y con una voz que heló nuestra sangre, pronunció palabras en un idioma desconocido. Paralizados por el terror, no pudimos reaccionar cuando comenzó su ritual oscuro.

Nunca supimos cuánto tiempo transcurrió, pero cuando recobramos la conciencia, nos encontramos fuera de la casa, con la luz del día desvaneciéndose en el horizonte. El miedo y la confusión nos embargaban, pero algo dentro de nosotros había cambiado. Sara no estaba con nosotros; había desaparecido sin dejar rastro. Buscamos desesperadamente, pero todo indicio de su presencia se había esfumado con la luz del día.

Los días siguientes fueron un torbellino de búsqueda y desesperanza. La policía, los vecinos, todos se unieron en la búsqueda de Sara, pero fue en vano. La bruja de Mogua, esa entidad de oscuridad, se había llevado a nuestra amiga, dejándonos con cicatrices profundas y una historia que pocos estarían dispuestos a creer.

La vereda de Mogua se convirtió en un lugar evitado, un recordatorio constante de nuestra pérdida y de que, en algunos rincones del mundo, los cuentos de brujas son más reales de lo que jamás hubiéramos imaginado. Y aunque la vida continuó, el recuerdo de aquella tarde trágica nos perseguirá siempre, como un oscuro cuento de advertencia para aquellos que se atrevan a desafiar los misterios que mejor deben permanecer sin resolver.

*****

Las leyendas, esas narraciones transmitidas de generación en generación, ocupan un lugar especial en el tejido cultural de todas las sociedades. Sin embargo, es importante reconocer que estas historias, ricas en simbolismo y tradición, no pueden ser verificadas desde un punto de vista factual.

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Son, en esencia, expresiones de los miedos, esperanzas y valores de las comunidades que las crean y las mantienen vivas. A través de sus tramas a menudo misteriosas y sobrenaturales, las leyendas reflejan los temores colectivos de una comunidad, sirviendo como espejos de los desafíos, conflictos y preguntas universales que enfrentan las sociedades a lo largo del tiempo. En este sentido, más allá de su veracidad factual, las leyendas adquieren un valor incalculable como herramientas culturales que nos permiten explorar y entender la psique colectiva de las comunidades a las que pertenecen.

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