A comienzos de julio de 2018, en medio de una intensa polémica en diversos sectores de Zipaquirá —centrada en sí, la escultura representaba o no la identidad de la Ciudad de la Sal, así como por su elevado costo, que ascendió a cerca de 1.200 millones de pesos, incluido el pedestal cubierto en mármol a cargo del ingeniero Mauricio Muñoz— fue erigida una monumental escultura en bronce en homenaje al Zipa Tisquesusa.
Titulada La Ofrenda del Zipa Tisquesusa, la obra fue concebida y realizada por el escultor y compositor Antonio Frío (Q.E.P.D.), y ubicada en el Sendero de los Zipas, cerca de la estación del tren de Zipaquirá.
La escultura fue izada en una fría noche de los primeros días de julio y develada oficialmente el miércoles 18 de ese mes, en el marco del aniversario número 418 de la fundación hispánica de la ciudad.
Una creación monumental con espíritu ancestral
El entonces alcalde Luis Alfonso Rodríguez Valbuena y el gerente del momento de Catedral de Sal, Raúl Alfonso Galeano Martínez, dispusieron los recursos necesarios. Tras varios meses de trabajo en un taller del barrio Julio Caro, la gigantesca escultura fue finalizada y trasladada —no sin dificultades, debido a su tamaño y peso— por la calle 4 hasta su ubicación actual.
Fue necesaria una grúa de gran capacidad para izarla con precisión y fijarla cuidadosamente al pedestal desde su base. El proceso fue meticuloso, casi ceremonial, en concordancia con el carácter simbólico de la obra.
El maestro Frío expresó que su intención fue plasmar en bronce una obra con la capacidad de trascender el tiempo, como ocurre con todo arte verdadero. “He querido, con la creación del Zipa Tisquesusa, dejar un símbolo representativo para las etnias primigenias, no solamente del pueblo chibcha, sino de todas aquellas que aún sobreviven en el territorio colombiano y en el mundo”, dijo.
Agregó que su escultura pertenece al universo artístico donde la imaginación desborda la realidad y establece una conexión entre la obra y el observador. Para los turistas que visitan Zipaquirá y, en especial, la Catedral de Sal, este encuentro con la escultura puede convertirse en un vínculo con el legado de los antiguos pobladores que, mucho antes de la llegada de los españoles, ya extraían sal y tejían una economía vibrante alrededor de este recurso.
Identidad, cultura y proyección histórica
Frío concluyó que, para los zipaquireños, esta obra no solo aporta a la economía local, sino que también fortalece el conocimiento de la historia ancestral de la región. “Es un estímulo para la identidad cultural y una proyección hacia expresiones auténticas que puedan universalizarse en todas sus manifestaciones, especialmente el amor por la tierra y sus recursos naturales”.
“Este sendero es un recorrido por la ancestralidad de Zipaquirá, con el que se busca motivar a propios y visitantes a conocer el origen de la identidad de este pueblo y adentrarse en la tradición de sus saberes”, señaló en su momento.
El Sendero de los Zipas: entre el arte, la historia y la controversia
Desde la perspectiva del ‘Gobierno Bonito’, el mejoramiento urbanístico del sector hoy conocido como el Sendero de los Zipas se planteó como una oportunidad para generar un espacio de encuentro cultural, con potencial turístico y simbólico. Su finalidad: impulsar el desarrollo económico y garantizar la valoración y conservación del patrimonio histórico y cultural, convirtiéndose en un nuevo destino y experiencia para los visitantes a la “Villa de la Sal”.
A pesar de las críticas y posturas encontradas, La Ofrenda del Zipa Tisquesusa permanece como un punto de referencia, un espacio de memoria y una invitación al diálogo sobre el pasado, el presente y el futuro de Zipaquirá. Su existencia recuerda la necesidad de valorar la diversidad cultural, el pensamiento, el arte como medio de construcción identitaria, y la urgencia de conservar viva la historia.
Su construcción generó polémica por su elevado costo y por el debate sobre si representa la identidad local.