
En la mágica ‘Tierra de la Sal’, donde el dulce aroma de la cuajada con melao y el caramelito rojo se entrelazan con el penetrante olor mineral de Catedral de Sal, surge en Semana Santa una fusión aún más especial: el perfume sagrado del incienso que se mezcla con el aire salino, creando una atmósfera única. Aquí, desde hace más de siete décadas, se mantiene viva una de las tradiciones religiosas más arraigadas de Colombia: la procesión de los Nazarenos.
Generación tras generación, hombres y mujeres de fe inquebrantable han levantado en hombros las pesadas andas que llevan las imágenes sacras, reviviendo año a año la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el Salvador del Mundo. Entre todos estos devotos, emerge la figura de Luis Jaime Orduz Castillo, el Nazareno con mayor trayectoria y años, cuya vida ha sido un constante peregrinar junto a esta tradición desde su niñez. Conocido como «Bartolo»—apodo que le pusieron sus amigos de infancia, cuando interpretó la canción «Bartola» en el Teatro Mac Duall—, Luis Jaime es un hombre de fe inquebrantable y corazón humilde.
Sus ojos se llenan de lágrimas al recordar cómo, siendo apenas un niño, acompañaba a su padre, Rafael Antonio, a las reuniones donde se organizaban las procesiones más solemnes y vistosas de Zipaquirá. Hoy, a sus más de 84 años, es considerado el ‘Nazareno Mayor’, un título que lleva con orgullo y nostalgia.
En 1955, cuando Zipaquirá aún conservaba su aire colonial, las procesiones eran un espectáculo de solemnidad y elegancia. «Los hombres vestían de negro, con corbata, sombrero en mano y camisas almidonadas. Cargaban los pasos con una devoción impresionante», recuerda «Bartolo».
En esa época, los niños acompañaban a sus padres en silencio, portando pequeñas banderitas. «No se podía gritar, correr o hacer ruido. Todo era meditación», explica. Solo tenían un permiso: las matracas, que sonaban con fuerza para «ahuyentar al diablo».
Todo comenzó en 1953, cuando el obispo de Zipaquirá, Monseñor Tulio Botero Salazar y el párroco Francisco Cortés Ayala impulsaron la creación del grupo de Nazarenos.
«El primer presidente fue Fidel Cañón, luego Marcos Rojas y después Jacinto García, quien dirigió hasta 2012, año en que falleció», relata Orduz Castillo. Hoy, la Asociación de Nazarenos está en manos de Diego Wagner Rodríguez, quien ha modernizado la organización sin perder la esencia.
A los 17 años, Luis Jaime recibió el honor de cargar un paso. Eligió al Santo Cristo Caído, una imagen que ayudó a cargar sobre su hombro izquierdo durante casi siete décadas.
«Tengo sobre mi hombro izquierdo, el músculo marcado de tanto cargarlo», dice con una sonrisa. «Nunca he faltado a una Semana Santa, ni siquiera cuando trabajaba en Condisa (la empresa eléctrica). Siempre me dejaban regresar a Zipaquirá, mi tierra natal para estas fechas».
Hoy, aunque ya no carga físicamente los pasos, su presencia sigue siendo fundamental. «Ahora soy como el faro que guía a los nuevos», explica mientras muestra con ternura las fotos amarillentas de sus primeros años como nazareno.
Hace ocho años, su salud le impidió seguir cargando el paso, pero no abandonó la tradición. «Ahora soy acompañante, pero siempre seré nazareno», afirma.
Aunque «Bartolo» reconoce que la devoción ya no es la misma de antes, celebra que la tradición siga viva. «Antes todo era más solemne, pero hoy aún se siente esa emoción», dice. Las procesiones siguen siendo un espectáculo impresionante, especialmente con el marco de la Catedral de Sal, Primera Maravilla de Colombia.
«Es un honor que Dios me dio», concluye, con voz emocionada. «Aunque ya no pueda cargar el paso, estaré aquí hasta que el Señor me llame a su casa».
La vida dedicada a la fe: ‘Bartolo’, el nazareno octogenario que lleva más de 7 décadas ayudando a mantener viva la tradición en Zipaquirá.
Foto portada: Luis Jaime Orduz Castillo (Bartolo) e nazareno mayor, acompañando los pasos sagrados, en una de las Semanas Santas. Foto Extrategia.