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La tiranía del auto corrector

Por C. Mauricio Riveros B.

Todos hemos pasado por ese incómodo momento de ver nuestro mensaje alterado por el capricho de una aplicación cuyo propósito es asistirnos en la escritura, pero que termina haciendo lo contrario: saboteando nuestra comunicación. ¿Qué puede tener esto para reflexionar?

Dicen que esta errática aplicación “no parece funcionar bien”, que “aún está en pañales”, tal vez porque “el español es muy difícil”. La aplicación está programada para aprender todo lo que el usuario escriba y corrija, pero si el usuario no corrige, no aprende ni usa nuevas palabras, ¡pues la aplicación tampoco lo va a hacer!

No solo estoy hablando del programa informático que todos llevamos en nuestros dispositivos electrónicos, estoy hablando del cerebro humano – que también llevamos a todas partes.

Cualquier gato entierra sus heces – es parte de su programa de supervivencia para evitar ser rastreado por depredadores. Vemos que el perro doméstico, la mascota casera, ya perdió tal habilidad porque tiene un esclavo detrás con una bolsita en la mano. Se adaptó como todos los seres vivientes, en este caso por comodidad, como está haciendo el humano con pereza de aprender ortografía, perdiendo poco a poco su habilidad de comunicarse con palabras, regresando por adicción a la dopamina al primitivo de la cueva de Altamira y sus toscos dibujos, símbolos del poder evolutivo, hoy testigos de la involución humana mirando (que no leyendo) dibujitos porque su orgullo de mono erguido le ha engañado haciéndole creer que no tiene depredadores, dejando que ignore que es su propio (y efectivo) depredador.

Una simple tilde omitida repetidamente hasta ser costumbre reafirma al ignorante en su incapacidad para aprender. Eses donde van zetas o ces, haches perdidas, bes intercambiadas con uves y viceversa, signos de admiración e interrogación desaparecidos o confundidos, y estructuras simples de menos de trescientos caracteres son el estiércol regado del humano en franca involución, la diarrea de su derrota cultural, renunciando a su privilegio de leer y escribir, camino a su neo cueva, en tránsito de ser el único animal con capacidad de leer y escribir, a un mamífero más.

¿La solución? ¡Leer! Preferiblemente libros que hayan pasado por un proceso editorial: revisados, corregidos, bien redactados y con un propósito literario, informador o por lo menos lúdico. No se proponga un libro al mes ¡simplemente una página al día! Ayude así a su cerebro a aprender la forma correcta de escribir, aprender nuevas palabras y exponerse a variados temas que mejoren su cultura y su auto estima, porque a diferencia de perros y gatos que actúan por simple supervivencia, usted se siente bien cuando aprende, entierre sus heces.

Una simple tilde omitida repetidamente hasta ser costumbre reafirma al ignorante en su incapacidad para aprender.

C. Mauricio Riveros B es promotor de lectura, redactor de contenidos, conferencista motivador y docente.
Mauricio Riveros es el gestor del programa cultural Misión Literatura cuyo propósito principal es la promoción de la lectura. [email protected]

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2 Comments

  1. Estoy de acuerdo con el tema central del escrito, sin embargo, el parangón con el hombre primitivo me parece un poco soberbio, el antropólogo Iégor Reznikoff (en cuevas del sur de francia) comprobó que el lugar de mayor grado de reverberación coincide con la presencia de grafismos y símbolos (¿necesariemente toscos?), esto es una correspondencia entre la imagen y el sonido, lo que denota un grado de entendimiento y tal vez algún viso de trascendencia. Más adelante grutas como esas fueron lugares de meditación para seguidores del zoroastrismo o el budismo, las cuevas como lugares de ritual, evasión o búsqueda, lo que para muchos modernos es ese aparato que contiene ese corrector que no les corrige nada.

    1. Gracias por su comentario. Buena apreciación – es una perspectiva soberbia que a través de la ironía pretende sacudir las mentes adormecidas. Por supuesto que desde el contexto expuesto (íconos e imágenes de alta resolución) son absolutamente toscos, casi despreciables, pero también aludo a su incalculable significado y valor sociológico al referirme a ellos como «símbolos del poder evolutivo, hoy testigos de la involución humana» en otra paradoja que el tiempo nos han involucrado a los únicos animales con capacidad de leer texto. Es inquietante su planteamiento – y me agrada porque nos cuestiona a los humanos – ritual, evasión o búsqueda ¿o pereza?

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