Durante años, las llamas han formado parte del paisaje turístico de Bogotá. En la Plaza de Bolívar y en otros rincones emblemáticos de la ciudad, entre pasos apurados, flashes, celulares y videos de turistas, ellas permanecen ahí: quietas, pacientes, cubiertas con lanas de colores y miradas que lo dicen todo. Pero detrás de esa postal entrañable —que muchos conservan como recuerdo— hay una historia callada, profunda y a menudo dolorosa, que por fin empieza a ser escuchada.
“Las llamas no son animales autóctonos, y, sin embargo, han sido usadas para fines turísticos en condiciones que no siempre son dignas”, dijo el alcalde Carlos Fernando Galán Pachón, con un tono que combinaba firmeza y compasión. “Algunas sufren maltrato físico, y muchas más, maltrato psicológico. Es hora de cambiar eso”.
Y no es solo por ellas. También es por las manos humanas que han hecho de su compañía un sustento: madres, padres, abuelos que dependen del dinero que deja una foto, un paseo, una tradición. Por eso, Galán Pachón dice que no quiere una solución a medias, sino una transformación que abrace a todos: a las llamas y a quienes las cuidan.
Un censo con alma
Este 25 de julio, en Bogotá se dio el primer paso hacia esa transformación. Con base en una caracterización previa, se inició un censo que permitirá saber cuántas llamas hay, en qué condiciones están y quiénes son las personas que las tienen bajo su cuidado. No se trata solo de contar, sino de comprender, de mirar con humanidad a todos los actores de esta realidad.
“La idea es avanzar hacia un escenario nuevo, donde estas familias puedan cambiar de actividad con apoyo real del Distrito”, explicó el alcalde. “Las vamos a vincular a programas de capacitación y empleo, porque no se trata de quitarles su sustento, sino de abrirles puertas nuevas”.
Una deuda pendiente con la ciudad… y con los animales
Las llamas no hablan, pero su presencia ha dicho mucho durante años. Han soportado el ruido, el asfalto caliente, la lluvia, el sol, las jornadas largas y el contacto constante con cientos de desconocidos. Muchas veces en silencio, otras con una mirada que pedía descanso.
“Bogotá llevaba mucho tiempo esperando una solución”, dijo Galán. “Hoy, por fin, estamos dando un paso firme”.
Y es un paso que nos invita a mirar distinto. A reconocer que el progreso no siempre viene de la mano del concreto o los megaproyectos, sino de gestos que nacen del respeto y la empatía. Que una ciudad también se construye cuando se detiene a escuchar a quienes no tienen voz.
Porque proteger a las llamas no es solo una política pública: es un acto de compasión. Y cuidar a las familias que han vivido de ellas, es un acto de justicia.
“No es solo por ellas. También es por las familias que las han acompañado todos estos años”, dijo Galán Pachón.