Respirar en Bogotá se ha convertido en un desafío silencioso para la salud cardiovascular de sus habitantes. Un estudio pionero liderado por la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) ha puesto sobre la mesa una realidad que va más allá de la incomodidad respiratoria: las partículas contaminantes que flotan en el aire de la capital están disparando el riesgo de sufrir un infarto al corazón, incluso en cuestión de horas tras la exposición.
La investigación, que analizó detalladamente a pacientes atendidos en el Hospital Universitario Nacional, logró aislar el efecto de la contaminación de otros factores de riesgo tradicionales. Los resultados son contundentes y sugieren que los picos de mala calidad del aire actúan como un gatillo inmediato para eventos cardiacos graves, afectando no solo a los pulmones, sino atacando directamente al sistema circulatorio.
¿Qué tanto peligro representa el aire bogotano para su corazón?
La respuesta yace en las cifras reveladas por el estudio, las cuales son inquietantes. El hallazgo más crítico señala al dióxido de nitrógeno (NO2), ese gas irritante que expulsan principalmente los exostos de los buses y carros a diésel o gasolina. Cuando la concentración de este gas supera ciertos niveles (25 µg/m³), el riesgo de sufrir un infarto se multiplica por más de cinco veces (5,51 para ser exactos) en comparación con días de aire más limpio.
Pero el peligro no viaja solo. El material particulado, ese polvo microscópico que a veces vemos como una nata gris sobre los cerros, también juega un rol macabro. El estudio evidenció que la exposición a corto plazo a partículas PM10 (las más “grandes” dentro de lo microscópico) triplica el riesgo de infarto. Por su parte, las partículas más finas y letales, las PM2.5, que tienen la capacidad de penetrar profundamente en el organismo, aumentan la probabilidad del evento coronario en un 35 %.
El doctor Cristian Giraldo Guzmán, especialista en Medicina Interna y líder de la investigación, utilizó una metodología innovadora conocida como «caso cruzado». Esto significa que los pacientes sirvieron como su propio control: se comparó el aire que respiraron 24 horas antes del infarto con el aire que respiraron en días previos donde no sufrieron el ataque. Esto permitió confirmar que, al inhalar estas partículas, se desencadena una inflamación sistémica que puede desestabilizar la placa de grasa en las arterias, formando coágulos que bloquean el flujo de sangre al corazón de manera abrupta. Además, se encontró que la exposición crónica (a largo plazo) al PM10 está ligada a enfermedades coronarias más severas, con obstrucción de múltiples vasos sanguíneos.
Los resultados son contundentes y
sugieren que los picos de mala calidad del aire actúan como un gatillo
inmediato para eventos cardiacos graves, afectando no solo a los pulmones, sino atacando directamente al sistema circulatorio.














