Aquellos diciembres que nunca volverán
En medio de las luces, los adornos, el pesebre, el árbol de navidad y la música propia de la época, el ambiente de navidad llegó con toda su alegría, su magia y un sin fin de tradiciones que hacen de este mes el más anhelado y especial del año.
En una entrega anterior, nos habíamos referido a la tradición de la noche de las velitas como víspera de la celebración en honor a la Inmaculada Concepción. Pero ¿qué sucede, los días siguientes?
Pasado el bullicio y jolgorio de la noche que marca la llegada de la navidad, al día 8 de diciembre, luego del obligado asado, se desempolvan las cajas que, durante un año, conservaron celosamente las figuras del pesebre. Armar el nacimiento es en nuestro país, un auténtico plan familiar, donde cada quien asume su tarea. Unos preparan el lugar mientras que otros acomodan objetos, cajas y demás, tratando de construir una geografía particular, que recubierta luego con los materiales que ofrece el mercado, trata de quedar lo más parecido posible a lo que fuera el antiguo poblado de Belén, eso a nuestro estilo colombiano.
La modernidad, hace que incluso los nacimientos vengan ya listos, tan sólo para colocar sobre una mesa, perdiéndose buena parte de la magia que significaba construirlo. Por eso más de uno extraña esos pesebres con papel encerado, así dejaran tras de sí, un rastro a veces molesto de aserrín pintado de verde. Adecuado el escenario, se construían caminos con piedras, arena o aserrín, por los cuales circularían los reyes magos, los pastores y las ovejas. Al borde de esas improvisadas carreteras, casas muchas casas, unas más grandes que otras. Recuerdo haber visto belenes extraños con casas humildes y al lado edificios lujosos, todos de cartón.
Adecuado el escenario, se construían caminos con piedras, arena o aserrín, por los cuales circularían los reyes magos, los pastores y las ovejas
Muchas veces vi soldados sobre los tejados apuntando hacia la gruta, espejos convertidos en lagos, pastores valientes guiando sus rebaños a través de alocados precipicios y creo que los más curioso, era tratar de entender, cómo los Reyes Magos o la Virgen o San José e incluso el Niño Dios, podían llegar a ser tres veces más altos que una de estas casas. Incluso me parecía ver mientras rezaba la novena, las caras de intranquilidad de José y María, al ver la descomunal figura de una desproporcionada oveja, que se apostaba frente al portal como queriendo devorar la navidad. Si, así eran nuestros pesebres, deformes, desiguales, pero bellos. Y eso sin hablar de la lama, el musgo, los famosos chamizos y demás elementos prohibidos hoy hasta de mencionar, que creaban una atmósfera característica de la representación del pesebre. Vale la pena anotar que fue el mismo San Francisco de Asís, quien creó el pesebre en 1223, en la ciudad italiana de Greggio.
Una vez está listo el pesebre, se cumple entre el 16 y el 24 de diciembre, con otra de las costumbres que perduran en Colombia, Ecuador y algunas zonas de Venezuela: la Novena de Aguinaldos. Este popular rito, se compone de una serie de oraciones y villancicos, que durante nueve días se rezan concluyendo en la víspera de la Natividad de Jesús. Los cronistas le atribuyen su creación al fraile Fernando de Jesús Larrea, a mediados del siglo XVIII y también se cuenta que la edición más popular conocida como «Novena del Niño Dios» fue aprobada en 1910 por el entonces Arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo. Los villancicos por su parte y como su nombre o indica, indica su propio nombre, eran canciones de villa o de poblado que surgieron en el siglo XIII y que fueron divulgados en España en los siglos XV y XVI. En nuestro territorio latinoamericano, fueron conocidos apenas hasta el siglo XVII. Sólo hasta el siglo XIX, adquieren la connotación exclusiva de la navidad.
Una vez está listo el pesebre, se cumple entre el 16 y el 24 de diciembre, con otra de las costumbres que perduran en Colombia, Ecuador y algunas zonas de Venezuela: la Novena de Aguinaldos
Pero regresemos a las novenas, exquisitos encuentros que concluían con la deliciosa fantasía protagonizada por buñuelos, natilla, postres, tortas de todos los colores y sabores, tamales y por supuesto, el infaltable vino con las famosas galletas “carnaval”.
A estas prácticas hogareñas, se sumaban actividades en barrios y conjuntos, donde los vecinos se reunían para adornar las calles con coloridos festones, luces, árboles, faroles, en medio de un ambiente de música y alegría. Mientras los adultos se dedicaban a las instalaciones eléctricas, los más pequeños apostados en el pavimento, dibujaban con témperas y vinilos en el piso, figuras de navidad, que así quedaran “chonetas o chuecas”, siempre estaban cargadas de buenos mensajes para la navidad y el año nuevo.
Tampoco podremos olvidar las novenas casi bailables, que se organizaban en algunas cuadras y sectores de nuestras ciudades y poblaciones, así como las famosas posadas que en algunas zonas de Colombia y de México han sido famosas.
Todo este preámbulo, ha aguardado por décadas, el nacimiento de Cristo que celebramos el 25 de diciembre y que también está cargado de una serie de tradiciones, ritos, costumbres bastante interesantes, de las cuales hablaremos en una próxima entrega.
Esta es parte de esas inolvidables navidades que a muchos nos tocó vivir, algunas tradiciones hoy sobreviven otras son cosa de la historia, y más por los efectos de la pandemia, pero de una u otra forma, todas hacen parte del “diciembre azul”, diciembre de luz, tiempos maravillosos que quizá jamás se repetirán o como dice la inolvidable canción, inmortalizada por el fugaz grupo colombiano, Los Falcons: “aquellos diciembres, aquellos diciembres que nunca volverán”.
Foto de portada: https://pixabay.com/es/photos/figuras-de-pesebre-de-navidad-navidad-1060026/. El pesebre es el centro de la Navidad y reprsenta el Nacimiento de Cristo en un humuild portal. Fue creado por San Francisco de Asís en el año de 1223.