Había una vez un pueblo rodeado de cerros, que por mucho tiempo fue un oasis de tranquilidad en la Sabana Central colombiana. Su aire limpio y la tranquilidad de sus pocas calles la convertían en un perfecto refugio para quienes preferían el centro del país sin el caos de la capital. Las antiguas generaciones zipaquireñas de nacimiento y de corazón disfrutaban de un ritmo de vida pausado, con servicios públicos que, aunque básicos, superaban el 90 % de cobertura para energía eléctrica, acueducto, alcantarillado según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en el 2005.

Era una población que valoraba la simplicidad y la cercanía de la vecindad.

Sin embargo, en la última década y media, la creciente concesión de terrenos para el acrecentamiento de los ghettos para la clase media en Zipaquirá ha transformado contundentemente el paisaje adornado por el Cerro de las Tres Cruces. En el afán de una necesidad exacerbada de modernidad disfrazada de progreso, la cobertura de servicios públicos ha mejorado según el DANE, alcanzando entre el 55 y el 99 % en 2019 de la población goza de: energía eléctrica, acueducto, alcantarillado, gas, recolección de basuras e internet. Pero está expansión ha traído consigo telarañas aéreas y una urbanización desmedida que afecta la calidad del aire, representada por el inminente cambio climático que atravesamos como especie, y ha sobrecargado su infraestructura de servicios públicos, lo que produce constantes cortes y medidas restrictivas de ahorro de agua en gran parte del casco urbano.

El tráfico indudablemente se ha intensificado, convirtiendo las calles antes tranquilas en corredores caóticos donde el ruido y la prisa son constantes. Con promesas inconcebibles de exgobernantes que prometen “desembotellar” el sector estratégico de La Paz debido a su conexión con municipios aledaños, pero a su vez otorgan concesiones a constructoras, la situación se vuelve hilarante.

Esta rápida expansión ha sacrificado la esencia de Zipaquirá, que, con la primera maravilla de Colombia, nunca necesitó atraer a los turistas con más edificaciones innecesarias ni sucursales de multinacionales. Ahora, la ciudad está al borde de una completa gentrificación, llevándola de ser un lugar de reposo a una casi ciudad en pleno frenesí urbano, ha perdido su encanto natural en aras de un progreso que cada día se parece a un caos desmedido e insostenible.

 

Penélope del Mar Vargas
Estudiante de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos de la Universidad Militar Nueva Granada, Fundadora de 'Dyvernal Podcast', Directora de la Red Índice Activista.

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