Hay canciones que parecen tener vida propia, capaces de cambiar de nombre, de acento y hasta de país.
Una de ellas es “Palmira Señorial”, el porro inmortal del maestro José Barros, que muchos colombianos reconocen como otro de los himnos del Valle del Cauca… aunque su verdadera historia comenzó en Armero, el pueblo tolimense que desapareció bajo el lodo en 1985.
Pocos saben que antes de ser “Palmira Señorial”, esta melodía se llamó “Armero Señorial”.
Y que, años más tarde, los venezolanos la bailaron como “Valencia Señorial”.
Una sola canción, tres ciudades, tres destinos y una historia que combina olvido, ingenio y casualidad.
De Armero al olvido: el porro que nadie quiso escuchar
A mediados de los años sesenta, el gran maestro José Benito Barros Palomino, autor de joyas como La Piragua, El gallo tuerto y La múcura, llegó a Armero atraído por su alegría, su paisaje fértil y el carácter hospitalario de su gente.
En medio de tertulias, anécdotas y aguardiente, Barros quedó tan maravillado con el espíritu del municipio y la belleza de sus mujeres, que decidió componerle un porro: “Armero Señorial”, una pieza que exaltaba la belleza del lugar y la fuerza trabajadora de sus habitantes.
Poco después, el tema fue grabado por su propia agrupación, Los Gavilanes del Banco, dentro del LP Juana María, uno de los discos más recordados del maestro. En ese trabajo también aparecían títulos emblemáticos como Rosendo, La Piragua (en sus primeras versiones), Carrao, Dos Extraños, Nube Negra, Ojitos de Verde Mar, Palma de Vino, Matrimonio a lo Banqueño, Maldito Sueño y Muñequita de Automóvil.
Sin embargo, el destino de “Armero Señorial” no fue el que Barros imaginó. Según cuentan los cronistas de la época, el compositor ofreció la canción al alcalde y a varios empresarios locales, con la esperanza de que se convirtiera en el himno no oficial del pueblo. Pero nadie mostró interés. Ni el gobierno municipal ni los músicos de la región quisieron respaldar la grabación ni promover la obra.
Decepcionado, el maestro guardó el tema por un tiempo. Hasta que un día, entre risas y resignación, soltó una frase que quedó grabada en la memoria de sus amigos:
“Si Armero no la quiere, me la llevo para otro lado.”
Y así lo hizo. La canción que nació como un homenaje a Armero terminó siendo parte del legado universal de José Barros, pero sin el reconocimiento que aquel pueblo tolimense pudo haber tenido.
Hoy, décadas después, “Armero Señorial” sobrevive como un recuerdo melódico de lo que pudo ser —una declaración de amor que su propio destinatario no quiso escuchar—, y como una muestra más del genio inagotable de uno de los compositores más grandes que ha tenido Colombia.
Palmira adopta la melodía
Así fue como el maestro Barros cambió el nombre, ajustó algunos versos y dedicó su composición a Palmira, la “Villa de las Palmas”, ciudad de clima dulce y alma fiestera del Valle del Cauca.
El resultado fue una letra cargada de orgullo y cariño, que describía con ritmo y poesía la elegancia de sus mujeres y el encanto de su valle.
“Este porrito suave cantaré,
a la mujer más linda que amo yo,
es una palmireña sin igual,
nacida en este valle señorial.”
Cuando el maestro Billo Frómeta, director de la mítica Billo’s Caracas Boys, escuchó la obra, no dudó en grabarla con la voz inconfundible de Cheo García.
En 1970, la canción fue incluida en el álbum Billo’ 71 y se convirtió en un fenómeno de radio.
Desde entonces, Palmira la adoptó como su ‘himno sentimental’, y cada feria, desfile o serenata terminaba con esta melodía.
En las calles, la gente la canta sin imaginar que aquella tonada fue concebida para un pueblo lejano, que el destino borró del mapa.
De Colombia a Venezuela: la metamorfosis en “Valencia Señorial”
Pero la historia no terminó ahí. En los años setenta, la Billo’s Caracas Boys, en su afán por conquistar públicos locales, empezó a adaptar letras para distintas ciudades.
Fue así como “Palmira Señorial” se transformó otra vez, en esta oportunidad en “Valencia Señorial”, dedicada a la capital del estado Carabobo, en Venezuela.
Con la misma melodía y arreglos orquestales, pero con versos nuevos, la canción se volvió favorita en fiestas y emisoras de ese país.
El truco era simple pero genial: una misma base musical servía para rendir homenaje a diferentes ciudades, creando un vínculo emocional inmediato con el público.
Los melómanos venezolanos aún recuerdan el tema como una joya de Billo’s, mientras los colombianos lo siguen considerando una expresión de orgullo vallecaucano.
Pocos saben, sin embargo, que todo comenzó en Armero, una ciudad que hoy no existe.
La profecía de una melodía inmortal
Veinte años después de su composición original, Armero desapareció bajo una avalancha de lodo y ceniza, tras la erupción del Nevado del Ruiz el 13 de noviembre de 1985.
Aquel “Armero señorial” del que hablaba José Barros se convirtió en un recuerdo, una sombra en la memoria del país.
Y de alguna manera, la canción —rebautizada y reinventada— fue su legado sonoro.
El porro que nació presuntamente rechazado, sobrevivió en Palmira y viajó a Valencia, logró lo que ninguna tragedia pudo borrar: mantener viva la alegría de un pueblo que ya no está.
Un puente musical entre tres ciudades
Hoy, “Palmira Señorial” es una pieza obligada en la cultura popular del Valle del Cauca. Sus acordes resuenan en ferias, en carrozas, en emisoras tropicales y hasta en fiestas familiares.
En Valencia, su versión hermana también tiene seguidores fieles, mientras en Armero —el nuevo Armero-Guayabal— algunos mayores aún recuerdan que esa canción alguna vez los nombró a ellos. Más que una simple melodía, “Palmira Señorial” es un viaje entre tres ciudades, tres destinos y tres maneras de sobrevivir al tiempo.
De Armero heredó la nostalgia, de Palmira el encanto y de Valencia la universalidad. Y quizá por eso, más de cincuenta años después, suena tan viva como cuando José Barros decidió darle una segunda oportunidad.

José Barros compuso “Armero Señorial” inspirado por la alegría y el encanto del pueblo tolimense.












