Salir a rodar en bicicleta, para muchas mujeres, se ha convertido en una actividad que exige más coraje que condición física. Ya no se trata solo de cuidar la técnica o estar alerta al tráfico, sino de enfrentarse a una amenaza que va más allá del asfalto: el acoso sexual.
Hace un par de fines de semana, Carolina Durán, ciclista aficionada, denunció a través de sus redes sociales un episodio de acoso que vivió en la variante Zipaquirá–Ubaté. Mientras pedaleaba junto a su pareja, un motociclista se acercó y la golpeó en los glúteos. “Como si mi cuerpo fuera suyo, como si tuviera derecho a tocarme”, escribió la joven, visiblemente afectada.
El golpe no fue solo físico. Fue una agresión directa a su dignidad, a su libertad, a su tranquilidad. “Esto es acoso, es violencia, y duele. Duele el cuerpo, pero más aún la sensación de impotencia, de rabia, de miedo, de vulnerabilidad”, compartió en su publicación, que rápidamente fue replicada por otras mujeres ciclistas que han vivido situaciones similares.
Ni sola ni acompañada: el riesgo siempre va sobre ruedas
Carolina no iba sola. Iba con su pareja. Pero ni eso fue un freno para el agresor. El hecho de estar acompañada no la protegió del acoso. Esa es quizás una de las conclusiones más alarmantes de este caso.
Y, de cierta manera, el relato de María Alejandra Ocanto, también ciclista, completa el panorama: ella sí iba sola, y tampoco se salvó. Mientras entrenaba, un hombre que pasaba en un carro se inclinó para darle una nalgada y gritó algo entre risas con el conductor. Como si fuera parte de un chiste.
“Eso no es gracioso. Eso se llama acoso”, expresó María en un video que ha conmovido a cientos de personas. Más allá del dolor físico, describió la rabia y la impotencia de no poder hacer nada en ese momento. “Me tiene con rabia e impotencia… Y lamentablemente no soy la primera, tampoco seré la última”.
Entre ambas historias hay diferencias en los detalles, pero una coincidencia innegable: el miedo. Porque no importa si una mujer va sola o acompañada, si es de día o de noche, si es ciclista aficionada o profesional. El riesgo sigue estando ahí, latente, como una amenaza que se cierne sobre cualquier trayecto.
Otro caso en Bogotá: la constante de un patrón violento
A comienzos de este año, otro episodio similar fue reportado en el norte de Bogotá. Una ciclista denunció que un hombre en moto se le acercó para realizarle tocamientos inapropiados. El hecho ocurrió en plena vía pública y fue reportado por Infobae Colombia, medio que confirmó que no es un caso aislado: cada vez son más frecuentes los testimonios de mujeres que, al pedalear, se convierten en blanco de este tipo de ataques.
No es un caso aislado. Es un patrón.
La constante entre todos estos relatos es la misma: miedo. Un miedo que no debería tener lugar en las carreteras, parques o rutas de entrenamiento. Un miedo que condiciona la libertad de quienes quieren moverse, entrenar, vivir.
La comunidad ciclista ha empezado a levantar la voz. Exigen acciones contundentes de parte de las autoridades: vigilancia efectiva, rutas seguras, sanciones ejemplares y campañas de educación ciudadana. Porque la solución no puede seguir siendo “cambiar de ruta” o “salir acompañadas”, como si la responsabilidad fuera de las víctimas.
Salir a rodar en bicicleta, para muchas mujeres,
se ha convertido en una actividad que exige
más coraje que condición física.