En el silencio mineral de la montaña, entre galerías húmedas y cristales que relucen como diamantes blancos, se escucha todavía un eco que no es de los martillos ni de las vetas: es el nombre de José Maximiliano “Chuy” Gómez, el minero que convirtió su fuerza en protesta y su dolor en símbolo.
Nacido en Nemocón, corazón salino de Cundinamarca, “Chuy” Gómez creció en los días en que la vida del minero se medía en sudor, oscuridad y silencio. La mina, administrada por el Estado y luego por empresas privadas, era el pulmón económico del pueblo, pero también su condena: los hombres bajaban cada día a las profundidades sabiendo que el aire era escaso, los salarios injustos y la salud un lujo.
De aquel mundo subterráneo emergió este personaje que la historia convirtió en leyenda.
La roca que pesaba más que la injusticia
Cuentan los viejos de Nemocón que “Chuy” Gómez no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, cada palabra pesaba tanto como las rocas que cargaba. Una mañana —no hay fecha exacta, pero las crónicas orales sitúan el hecho entre las décadas de 1930 y 1940— tomó una decisión que cambiaría para siempre su nombre y el orgullo de su gente: cargar una piedra de sal de más de 13 arrobas (alrededor de 160 kilos) y llevarla desde Nemocón hasta Bogotá.
La imagen parece de fábula: un hombre menudito, curtido por el trabajo, avanzando entre trochas y vías férreas con un bloque de sal al hombro, bajo el sol andino. Pero en Nemocón todos aseguran que fue real. Hay quienes dicen que subió la roca al tren que salía de Nemocón, pasando por Zipaquirá y bajó en la estación de la Sabana; otros aseguran que recorrió parte del camino a pie, deteniéndose solo para tomar agua. Lo cierto es que, al llegar a la Plaza de Bolívar de Bogotá, frente al Capitolio, “Chuy” descargó el bloque, lo dejó sobre el suelo y gritó una frase que nadie olvidó:
—“¡Esta es la carga que llevamos todos los mineros!”
No fue una protesta organizada ni sindical, pero sí una de las más poderosas manifestaciones simbólicas de dignidad obrera en la historia del altiplano cundiboyacense. Su acto fue un desafío silencioso al poder, un gesto que dijo más que cualquier discurso.
La mina como espejo de un país
La Mina de Sal de Nemocón, donde trabajó “Chuy” durante muchos años, guarda hoy su memoria en una cámara bautizada con su nombre: la Cámara Chuy Gómez, abierta al público como parte del recorrido turístico. En las paredes húmedas, junto a los cristales que reflejan la luz de las linternas, una placa lo recuerda como “el hombre que cargó la sal del pueblo”.

Allí, los guías narran su hazaña con tono solemne, casi sagrado. Lo describen como un hombre fuerte, testarudo, profundamente consciente de la injusticia. En las reseñas oficiales de la mina se dice que su acción representó “el peso de la desigualdad social” y “la voz de los trabajadores que nunca fueron escuchados”.
La historia se transmite de generación en generación, contada a los turistas que llegan de todo el mundo. Algunos escuchan la anécdota como una curiosidad; otros salen conmovidos, imaginando a “Chuy” avanzando solo, con su roca de sal a cuestas, para denunciar lo que muchos callaban.
Un obrero que se volvió mito
La vida de José Maximiliano “Chuy” Gómez se disuelve en el tiempo como la sal en el agua. Durante años, su historia pareció envuelta en la niebla de la tradición oral, sin fechas precisas ni registros claros. Sin embargo, en la Mina de Sal de Nemocón se conserva un banner que aporta algunos datos biográficos: nació el 18 de septiembre de 1891 en Nemocón, hijo de Pedro Chuy e Ignacia Gómez, y contrajo matrimonio con Bárbara Alonso Navarrete.
Era un hombre de complexión fuerte, de 1,74 metros de estatura, cabello lacio, rostro cuadrado y piel morena. No era obeso, pero su fortaleza física era notable, forjada en el trabajo diario dentro de la mina.

Ingresó a laborar en los socavones el enero de 1905, cuando apenas tenía 14 años, bajo las órdenes de la ‘Concesión Salinas’ del Banco de la República. Después de casi medio siglo de trabajo, se pensionó el 23 de octubre de 1953, a los 62 años, aunque siguió descendiendo a la mina hasta el 9 de mayo de 1955, incapaz de alejarse del mundo subterráneo que marcó su vida.
Falleció en su natal Nemocón el 31 de diciembre de 1972, víctima de un paro cardíaco. Su figura, sin embargo, no murió con él: permanece viva en la tradición oral, en los documentos culturales y en el patrimonio inmaterial de Nemocón, donde su nombre continúa siendo sinónimo de fuerza, dignidad y resistencia. No se tienen datos de descendientes al momento.

Los mayores del pueblo lo recuerdan como un hombre de voz firme, de pocas palabras y manos gruesas como raíces. Era el tipo de trabajador que entraba a la mina antes del amanecer y salía cuando ya la montaña estaba dormida. En una época sin derechos laborales ni equipos de seguridad, su cuerpo era su única herramienta, y su fe, su única protección.
Su hazaña, según los testimonios recogidos por la Mina de Sal de Nemocón, no solo fue un acto de fuerza física, sino también de conciencia social. Representó la voz de cientos de mineros que se sentían olvidados por las autoridades y explotados por las empresas que controlaban la producción salina.
“Chuy Gómez fue, en cierto modo, el primer sindicalista sin sindicato”, dice un guía en los recorridos actuales. “No pidió nada para él, pidió todo para los demás”.
La sal y la memoria
El nombre de “Chuy” Gómez aparece hoy en materiales turísticos, en publicaciones de la mina, y en documentos culturales y legislativos que buscan preservar el patrimonio salino de Cundinamarca. Su historia forma parte de la identidad colectiva de Nemocón, junto a los túneles de sal, los espejos naturales y las lámparas que iluminan el pasado.
Cada primero de mayo, Día del Trabajo, algunos trabajadores y visitantes rinden homenaje a su figura. Se colocan flores junto a su placa, y los guías narran su historia como ejemplo de resistencia. En un país donde las grandes gestas populares suelen ser olvidadas, la de “Chuy” Gómez sobrevive gracias a la voz de su pueblo.
Más allá del mito
Aunque su vida real se confunde con el mito, la lección que dejó es tangible: detrás de cada piedra de sal hubo un hombre que la cargó con sus manos. La mina, hoy convertida en atractivo turístico, fue durante siglos el escenario de una lucha silenciosa por la dignidad humana. En ese contexto, la figura de “Chuy” Gómez no es solo un recuerdo, sino una metáfora de resistencia.
Su historia conecta con las luchas obreras que se gestaban en toda Colombia en el siglo XX, cuando campesinos, artesanos y mineros empezaban a reclamar derechos laborales y reconocimiento. Sin discursos, sin pancartas, sin redes sociales, este hombre de Nemocón expresó con un solo gesto lo que millones de trabajadores sentían: el deseo de ser vistos y escuchados.
La última carga
Hoy, al recorrer la Mina de Sal de Nemocón, el visitante se detiene frente a la cámara que lleva su nombre. El aire huele a tierra y a historia. En la penumbra, bajo la luz de las lámparas, las vetas brillan como si fueran las lágrimas del tiempo. Allí, entre la piedra y la fe, vive el recuerdo de aquel minero que un día decidió cargar la injusticia del mundo para ponerla frente a los ojos del poder.
José Maximiliano “Chuy” Gómez no buscó la fama ni la gloria. Pero su acto sencillo —cargar una piedra grande de sal, caminar, resistir— lo convirtió en un símbolo eterno. Un recordatorio de que, incluso en el silencio más profundo de la tierra, hay hombres capaces de levantar el peso del mundo para que otros respiren libertad.
La roca que cargó pesaba más de 13 arrobas… y aún más, el peso de la desigualdad.













